domingo, 30 de marzo de 2008

VAYA PAR DE PELOTICAS QUE TENGO

Pues si, literalmente. Lejos de ser un comienzo obsceno, permítaseme la aclaración pertinente, pues las susodichas las conseguí anoche en el festejo conocido como Entierro de la Sardina, batiburrillo que se forma todos los años en todo el cogollo de la agonizante huerta murciana, como último coletazo de la semana de festejos que ha inundado nuestra urbe, desde que acabó la Semana Santa, del más variopinto colorido, de un apetitoso aroma a morcillas nº5 y de un denso e insorportable tráfico.

Es el Entierro de la Sardina una celebración sin igual. He oido que tiene su origen en el cachondeo de unos cuantos a las costumbres huertanas, extremo que no he podido corroborar, aunque lo cierto es que conviven huerta y desparpajo sardinero como hermanos desde hace una "parvá" de años. Si acaso le veo alguna similitud con las procesiones en que se reparten caramelos y alguna que otra vianda. ¡Que viva el espíritu generoso y espléndido del murciano, representado de forma sin igual por la imagen de la Matrona que figura en la puerta del Almudí!

Lo de traer brasileñas, con mejor delantera que siete selecciones "canarinhas" (con o sin Ronaldiño, que esa es ya haba de otra mata), bandas de música de tan lejos como sea posible (este año han sido japos, pero otros años han sido mejicanos, lituanos, mayoretes canadienses de piernas tan largas como la relación de políticos corruptos en Marbella y alrededores) o atracciones ora visuales, ora de grandiosa acústica, es un complemento perfecto para abrir boca a lo que de verdad interesa de este popular desfile: el lanzamiento de artículos del todo a cero-sesenta-meidinchaina y, como no podía ser de otra forma, dado el apego a las cosas balompédicas que profesamos por aquí, el reparto de peloticas. Porque otra cosa no, pero pelotas, que no se diga que no tenemos.

Con esto de tener peloticas se me vienen a la mente las cantidades ingentes de testosterona que se gasta a espuertas el personal para cosas tan sin substancia como, por ejemplo, es el asunto circulatorio, cuando vamos a lomos de nuestras burras mecánicas, recubiertas de chapa, creyéndonos los reyes del asfalto o con una pila de vatios palpitando, quedando meridianamente clara la razón del desmoronamiento neuronal que sufre todo aquel que se expone a ruidos con un nivel de decibelios excesivo. También se tira de huevos en las decisiones basadas en razones de peso testicular que se toman porque sí, sin que tenga que mediar necesariamente una decisión meditada y sopesada.

A ver si, una vez acabadas las fiestas, con el orgullo del balón conquistado (¡hay que ver lo simple que llega a ser el espíritu humano y con lo poco que se conforma a veces, volviéndose tan exigente para otras cosas!), se nos pasan un poco las ganas de tocarle los cataplines a todo el mundo que nos rodea. Ya nos hemos desfogado dándonos de hostias con los "compañeros" de asalto a las carrozas sardineras, y esto ha de notarse el lunes, en que iremos cual borreguicos al trabajo, dispuestos a dejarnos poner otra vez el yugo, porque hay que seguir arando...

Hay que seguir arando, si. Y si se me permite la metáfora (políticamente incorrecta para completar la perfecta cuadratura del círculo crítico que había iniciado tan sutilmente), hay que arar para que el próximo año no le falte barriga que sacar a ninguno de los repartidores de parabienes que, en plan mecenas, lustran su ego lanzando jugueticos y otras mierdecillas de plástico del malo, ¿o es que alguien piensa que nos lo regalan?...

Si todavía queda algún soñador, ¡que lo disfrute! Y que no se olvide de ir botando la pelotica mientras tanto.

domingo, 23 de marzo de 2008

El tamaño de moda

Suele decirse que el tamaño no es lo que importa, pero no deja de ser una falacia más. Si la sabiduría popular, curtida en múltiples justas y lides asegura lo de la “burra grande”, será por algo. ¿O vamos a saber nosotros más que centurias y centurias de disloque cultural?.

Aplicando lo del tamaño a las modas, y si no quieres que el juez de línea del estilismo levante su banderín, dejándote en un flagrante fuera de juego de la muerte (outside que te cagas o penalti y expulsión, Rafa, por tu madre, no me jodas – que viene a ser todo del mismo frasco Carrasco-), digno del más estrepitoso de los ridículos sociales, harás bien en seguir a pies juntillas las ocurrencias que hayan tenido los Guchis, Cardines, Laurenes y demás visionarios de la cosa del raso y el blanco satén (otros los llaman gurús de la moda, que debe ser la evolución del ancestral oficio de brujo de tribu, cuya santa palabra termina siempre en la misa de las pasarelas).

No te molestes en buscarle más patas al gato, ni las cosquillas al burro; la cosa puede que no tenga ni pies ni cabeza, lo mismo hasta vas hecho un perfecto adefesio –demostrable empírica, objetiva y cabalmente-, arrastrando pantalones, rebosando mollas por doquier, como si tu cintura fuese un neumático desgastado, pero el momento de gloria integradora, de lo más “in”, no te lo quita a ti ni tu santa madre ni siete docenas de don limpios.

Con las gafas de sol viene a pasar por el estilo. Y es que, hablando de estilos, cuando por fin había empezado a dejar de tener aquellas horribles pesadillas en las que me perseguía la más famosa de las tonadilleras -conocida casi tanto por su desagradable y falsa sonrisa profidén al cubo, como por sus desventurados romances, ora con un bravo torero que muere empitonado, ora con un alcalde amarbellado, de presunción corrupto y al que la justicia le ha clavado sus estoques, manteniéndolo enchironado en Alhaurín-, ahora resulta que me encuentro esa mirada de mosca por todos los rincones. Al grito de “todas a una”, como en Fuenteovejuna, nos han sumergido en el más cruel y ascético de los inviernos de la belleza.

Ya no se puede contemplar el sol reflejado en los bonitos ojos de ninguna buena moza o fémina de sin par desenvoltura, ya no se distinguen ni el mar ni el cielo en el azul de ningún iris angelical, o el color del trigo verde, o la gris ceniza de un incendio boreal. A todas les dio por esconderse tras inmensos anteojos tintados, para desespero del más enamoradizo de los Garcilasos.

Haciendo honor a la verdad, también reconozco que hay casos en los que se ahorraría uno desagradables experiencias visuales. Esto de llevar grandes gafas oscuras, a modo de antifaces faciales o burkas oculares, debería ser obligatorio en caso de fealdad acérrima o de tener una mala leche de gremlin mojado a medianoche -¡que yo no sé lo que será peor!-, pues hay veces que te topas con unos mirares, de ojeriza tal, que te entran ganas de maldecir al fabricante, por muy espectaculares que sean las curvas, por muy escueta que sea la falda o por muy platinado y ondulante que luzca el rizo la morena. ¡Menuda millonada de congéneres nos levantamos a ver si el asturiano le moja la oreja al británico de tez oscura, porque nos entusiasma el rugir y la fiereza de los monoplazas! ¡y luego nos compramos un monovolumen! ¡a lo sumo un descapotable!

Que cada cual escoja a su antojo. Puestos a preferir, yo me quedo con el asalto a cara descubierta, sin tapujos, con la verdad por delante y el corazón a flor de piel:

- ¡mire señorita! ... ¡y no mire sólo lo que ve sino lo que está detrás! ¡esto es un atraco! ¡vengo a robarle el corazón! .... ¡si usted tuviera a bien…!

¡Ay, como son las cosas del querer! Empecé hablando de la moda y hablando del amor terminé... ¿Será acaso otra moda? Si así fuera, permítaseme rectificar y afirmar decididamente que SÍ importa el tamaño. Procurad un buen substrato a vuestros amoríos, que nunca le falte alimento para que no deje de crecer. ¡Acabemos con esos estúpidos obstáculos que impiden la visión nítida de lo más hondo del espíritu!. ¡Así nuestra vista no se perderá ni un rayo de sol por más que si nos quedamos embelesados mirándolo corremos serio riesgo de deslumbramiento o ceguera!

domingo, 16 de marzo de 2008

LA VENTANA INDISCRETA




Las referencias cinematográficas, justo es reconocerlo, son un filón inagotable para darle molla a cualquier discurso preciosista o, lo que viene a ser lo mismo, para rellenarlo de esa especie de borra con la que tienden a inflar pretenciosamente sus peroratas los mercachifles, politiquillos pachangueros y oradores de palabra fácil y vacía.


He de reconocer asimismo, entonando melódicamente con mi voz de pollo gregoriano el mea culpa, que también yo me sirvo de todo un arsenal de rimbombancias lingüisticas y escorados giros semánticos, con el único afán de dar empaque y solera a mis pretendidos esbozos literarios, los cuales seguramente no pasen nunca de esa insolente pretensión, dado mi escaso poder de convocatoria.

Más volviendo al tema que hoy he tomado por excusa, decía aquello de las referencias al cine, pues ya quedaba claro en el título escogido: la ventana indiscreta. Seguro que a cualquier profano le suena la película. Y el más erudito reconocería de inmediato que fue una de tantas obras maestras de Alfred Hitchcock, el mago del suspense cuando aún el cine desconocía el tecnicolor y el cromatismo. Un inconfundible James Steward y una escultural Grace Kelly, futuro "cisne de Mónaco" y princesa en ciernes por aquellos entonces, protagonizaron una historia, basada en la historia real de un tal William Irish -¡gallifante y medio de premio para el que supiera de este escritor yanqui sin recurrir a la wikipedia que todo lo sabe!-, que se recluyó en una habitación de hotel durante once años con la única compañía de la botella, y que, además de alcohólico -como resultaba previsible- terminó tullido, en una silla de ruedas, al amputársele una pierna gangrenada.

Pasa como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia: cambian los tiempos, y aún las formas, pero no el fondo, porque seguimos anclados a creencias y actitudes tan ancestrales que no se nos despegan ni con agua hirviendo. La ventaja del hoy en día cibernético es que podemos saber de todo sin salir de casa. Y aún hasta sin saber de nada y, si me apuras, sin tan siquiera abrir uno de esos libros, donde siempre se ha dicho que estaba recluída la sabiduría. Mucha gente prefiere esperar que de una novela hagan la correspondiente secuela cinematográfica, y así evitarse la lectura del tórrido tostón de miles de letras que emborronan cientos de páginas. Por eso agradezco infinitamente el esfuerzo que cualquiera de vosotros hace por leerme (y aún por entender lo que digo).


Y lo mismo que siento una inmensa alegría al ver a ese niño, que acaba de aprender a leer, esforzándose por descrifrar lo que pone en una reivindicativa pintada callejera, en un panfleto publicitario o hasta en la portada de cualquier publicación rosa, paralelamente me da mucha pena ver como ese potencial de la mayor parte de las virginales criaturas, amarillea y se va diluyendo, al calor de una sociedad que no parece preocupada por vivir en un mundo feliz, al más puro estilo Huxley, aunque comprendo que bastante suele tener cada historia personal para subsistir más que para vivir.


¿Por qué se esfuerzan en enseñarnos a leer si después son denodados los esfuerzos para confundirnos con la globalidad e inducirnos al sueño de la razón? ¿tal vez para que firmemos el contrato y no podamos alegar desconocimiento aunque la vista no nos dé para la letra pequeña?
No es nuevo. Se ha hecho desde siempre. El pensamiento dirigido es el primer dogma del sectarismo, ya sea político, social o religioso: enseñarte a pensar como tienes que pensar. Te enseñan a leer para que puedas leer sus manifiestos. Así te sientes agradecido por haber aprendido, cuando en realidad lo único cierto es que estás siendo exprimido.


¿A alguien le suena la foto? ¿y quien encuentra relación con la primera? Es un ejemplo extraído de esa ventana indiscreta del título. Yo que siempre había pensado que los diseñadores modernos eran puramente una fábrica de hacer dinero, y me he topado de bruces con alguien que en el diseño de un objeto de lo más cotidiano ha volcado una feroz crítica. Es sólo un botón de muestra. Sin duda un buen botón, porque abrocha un corsé de los tantos que existen y que ahogan, de puro apretados. Si eres de los que usa licuadora tal vez no entiendas el dilema.


¿Ves? Otro potencial riesgo deshumanizador del progreso tecnológico: permitir que el limón o la naranja nos lo exprima una máquina de forma automática en lugar de ser nosotros quien le demos a la muñequilla. Que no se trata de afirmar, casi cual talibán, aquello de que el trabajo físico ennoblece (que más parece un vulgar síndrome de Estocolmo del Capital), pero si perdemos esa capacidad, lo mismo acabamos como Mr. Irish, el escribidor de cuentos, tullidos físicamente. Porque intelectualmente estoy convencido de que las neuronas se nos van suicidando sin que nos demos cuenta de tanto mirar por la ventana sin ver nada.

domingo, 9 de marzo de 2008

LA FRIQUICRACIA

Aún a riesgo de que algún "purista" en esto de los hablares modernos y esemeseros me espete que "friqui" se escribe con ca (la del kilo de toda la vida, aunque para nombrarse a sí misma recurra a la cé, ¡cosas de la lingüistica!), porque para eso deriva del "freak" anglosajón (y que mayormemente se traduce como raro), me voy a permitir la licencia de escribirla con cu (la del queso, ¡otra que tal!), más que nada porque me parece mucho más hispana.

Don Quijote la lleva en su nombre, también la lleva el querer, la tenemos hasta en el talón (de Aquiles) y hasta la incorpora el famoso "chiqui, chiqui", ¡para qué más!... Pero con la "k", ¿cuántos nombres se te ocurren? En cristiano me refiero, que Darek es polaco, Porky no deja de ser un famoso cerdo animando y a Karina habría que sacarla de su baúl de los recuerdos.

Volviendo a lo de la Friquicracia. ¿verdad que no suena mal en jornada electoral? Lo mismo acabo de acuñar un nuevo término yo solito como quien no quiere la cosa. Pero como es domingo tendré que aguantarme las ganas de pasarme por el registro de patentes, a ver si me retiro ya con los derechos. Aunque tampoco creo que me vayan a incluir en la lista de espera de la Academia Española de la lengua, para que me lo den cuando algún académico se levante de su sillón, porque reconozco que mucho mérito no es que tenga.

Basta con echarle un vistazo al panorama político-social y darse cuenta de la bipolaridad de nuestro estado de derecho, aunque ya empieza a sufrir de la espalda y, de seguir así, terminará con más chepa que una manada de dromedarios. España es bipolar hasta la médula... España, ¡bueno! lo que hoy por hoy se reconoce internacionalmente como España, porque así lo dicen los mapas y unos papelajos que damos en llamar Constitución y, sobre todo, porque aún no ha dicho lo contrario maese yanki (¿qué pasará si algún día acepta la "kosovorización" de determinados territorios que buscan desmarcarse tan desesperadamente como el extremo que recorre la banda futilmente aguardando que sus compañeros le pasen la bola?).

Al igual que los polos (por no decir lo de "casquetes" que suena a otra cosa), a veces me da la sensación de que esto empieza a derretirse. No sé si será por lo calentito que se está poniendo el mundo por el efecto invernadero, o porque tenemos las neuronas en hibernación, pero lo cierto es que somos como las pilas, y o somos de un extremo o del otro: ¿Madrid o Barsa? ¿creyentes o ateos? ¿moros o cristianos? ¿derecha o izquierda? ¿kas naranja o kas limón? ¿Raúl a la selección o no?... es decir, el blanco o negro de toda la vida (kukusklán mediante), ¿será por que los grises recuerdan los arrebatos y excesos de épocas pasadas que convendría no volver a repetir?

Si la democracia es el gobierno de la mayoría (sin que importe el grado de madurez, raciocinio o autonomía de la misma y el proceso de manipulaciones que hayan podido sufrir), ¡bienvenidos al bautizo de la friquicracia! ¡viva el reinado de lo excéntrico y lo raro!

No hace falta contar con un doctorado en ingenieria lingüistica o un master en ciencias ocultas de las letras para llegar a esta conclusión. Tampoco espero una llegada masiva de misivas (¡vaya dominio del lenguaje el mío, eh!) felicitándome por tan extravagante ocurrencia (¿no seré acaso yo también un friqui en ciernes?). Lo único que pretendo es que el mundo sea consciente del riesgo mortal en el que estamos, dejando nuestro futuro en manos de esas minorías atrevidas y pretendidamente revolucionarias. ¡No confundamos friqui con progre!: vestirse a lo Elvis con una guitarrilla de pega cosida a la camisa con chorreras, por mucho que la broma de un programa de la tele la vayamos a representar en Eurovisión, no deja de ser una monumental chorrada, así se nos parta la caja del descojone que van a tener por las Europas, pero si unos finlandeses vestidos de troll fueron la última sensación, ¿por qué no le vamos nosotros a poner un monumento al "sms"?


La vida es más seria que todo eso, aunque debamos tomárnosla con todo el humor que las balas de cobardes forajidos encapuchados nos permita. Dramatismos los justos y razonables, no los que se sacan de la manga los politicuatres en campaña. Polémicas las inevitables, dado nuestro caracter chimorrero (yo me atrevería a decir más bien "chumorrero"), como si Raúl debe ir o no a la selección, o si Paquirrín -el de la Pantoja- come hamburguesas para desayunar.

Cuidado con la friquicracia, que la tenemos ahí y pensamos que es coña. Y lo mismo terminamos en las próximas elecciones enviando SMS, en plan OT de la política y nos volvemos un poco más ecológicos ahorrando ese montón de papeletas plagadas de nombres de personajes que, en lugar de velar por las gentes y necesidades de sus paisanos, se sientan en sus escaños para respaldar a las políticas centralizadas de sus partidos, supuestamente en pro del bien general, que es una entelequia, casi como lo son el respeto al prójimo y el sentido común.