miércoles, 13 de agosto de 2008

Una piedra en el camino

Si no me equivoco, creo que el enunciado que he elegido a modo de título para esta entrada forma parte de la letra de una ranchera... ¡con lo que me hubiera gustado a mí "rodar y rodar" y no terminar estampando mi careto contra una piedra!... Ya sé que es opinión generalizada que podría haber sido peor (de hecho, en urgencias, me repitieron el TAC porque no se creían que no tuviera nada roto en el melón que tengo encima de los hombros), y que así podré ver las olimpiadas por las mañanas hasta que me den el alta, pero lo de tener que pasar por el dentista, como que no me hace mucha gracia.

Como dicen que las cosas siempre pasan por alguna razón, más o menos oculta o filosófica, lo he estado pensando, y no he tenido que buscar mucho para encontrarle el lado positivo a este trompazo olímpico del lunes por la tarde. Y es que, aunque no tenga el millón de amigos que quería tener Roberto Carlos, el cantante, sé que tengo a unos compañeros que son, ante todo, estupendas personas.

Os lo digo con toda la trascendencia del mundo: sabed que cosas así, mucho más que remiendos en la cara o en la boca -como me van a tener que hacer- son las que dejan una marca indeleble. Yo puedo ser un tío rollero, espeso, denso, cabeza loca para algunas cosas (incluyendo entre ellas la de montarme en una bici de montaña con lo torpón que he demostrado ser en todas las carreras que he hecho en plan cabra), e incluso un iluso para otras, pero también soy un tío muy sentío (además de poeta, claro está).

Porque el golpe me lo dí yo, pero cuando Stani y el Lobo se dieron la vuelta al ver que no los seguía en el descenso, y llegaron hasta donde estaba yo, intentando buscar mis dientes, no dejaron de hacer los mismos "rezos" que estaba haciendo yo, defecándose en las putas piedras y en las mismísimas minas de Riotint, ni dudaron en sacar el móvil para llamar al señor Garban (mucho más que nunca: don Paco Urban), que aguardaba en casa para avituallarnos convenientemente con unos quintos bien fríos -como dicta la norma- y que no tuvo ningún reparo en hacer un verdadero sprint montándose en su coche para meterse por los intrincados caminos del Coto de los Cuadros (aún a riesgo de despeñarse por algún barranco o de que lo tomaran por uno de esos mariposones que se citan por esos vericuetos tan de pino y piedra).

Vamos, que ni una de esas infelices muchachas, ligeritas de ropa, con las que nos cruzamos de camino apostadas a pie de carretera con su bolso y su labia fácil, me hubiera hecho mejor servicio... Porque menos sexo (que ya había tenido bastante con la piedra, que fue la que me jodió), me lo hicieron todo este par de tres.

¡Gracias Stani, gracias Lobo y gracias Garban! ¿Qué màs da los aironmanes que hayáis hecho? Con tantos buenos ratos que hemos pasado juntos (es difícil no pasárselo bien en vuestra compañía), me imaginaba que podría contar con vosotros porque la gente que es capaz de sacrificarse hasta tal extremo en lo físico, suele ser la más noble.

Ahora ya no tengo que imaginármelo, porque tengo la certeza absoluta. Por tanto, y en resumen, doy gracias a las piedras del camino, que generalmente sirven como metáfora excelente para hablar de la capacidad del ser humano para sobreponerse a los reveses de la vida, y que, en esta ocasión, son además causa y efecto.

Cuando vuelva a mutar en mí mismo -dejando de ser el ente desfigurado de ahora-, habrá que tomarse esos quintos pendientes y algunos más, porque no quiero quedarme muy retrasado en el "entrenamiento" de esa tercera transición. Ya sabéis que el resto de entrenos me dan un poco lo mismo.