lunes, 20 de diciembre de 2010

POR EL CAMINO VERDE QUE VA A LA ERMITA

El pasado sábado me había abrigado como para acompañar a Amundsen a una expedición ártica, pero lo cierto es que sólo se trataba de hacer una salida ciclista.

Los otros cinco componentes de la grupeta que se formó camino de Torremendo (ruta que decidió nuestro guía espiritual, Stani) pedaleaban temerosos de que en cualquier momento pudiera ponerse a jarrear, casi tanto como que saliera de cualquier camino una panda de conductores borrachos de esos que todavía no había acabado la comida de empresas de navidad del día anterior. ¿Tal vez por eso decidieron poner un ritmo de esos que como no andes fino te quedas más cortado que siete lonchas de salami?...

Tal vez tendría que haberles tranquilizado haciéndoles saber que, en el bolsillo de mi chaqueta ciclista de invierno, me había llevado, amén de medio kilo de almendra molida y apelmazada en forma de barritas, llaves como para ejercer de sereno de media Murcia, y lo menos medio kilo de plátanos con el que se alimentarían el mono Amedio y los descendientes por línea materna de la mona chita, el amuleto definitivo para prevenir lluvias: el chubasquero.

Pero no lo hice (lo de tranquilizar a los forajidos de la bici a los que tuve, nuevamente, la osadía de acompañar, a saber: ese par de Campillos guerreros, el sin par Alejandro, más conocido como "el tío de los manguitos" o el triatleta que nunca tiene frío, Juanico y Stani, con sus dotes de "gepese" rural), y entre eso, y que Stani se había quedado con ganas de correr la BTT, tomamos las de Torremendo, parafraseando la cancioncilla popular: "por el camino verde, camino verde que va a la ermita".

Dice la canción que por el camino verde que va a la ermita, desde que tú te fuiste, lloran de pena las margaritas... Las margaritas no sé. Pero a mí me empezaron las ganas de llorar desde bien pronto. ¡Y eso que el camino no era verde sino azul!... Me estoy refiriendo a esa especie de carril bici que uno de esos gurús-ingenieros de caminos se ha marcado en paralelo a la nueva autovía que lleva a la playa desde Zeneta. Oye, que lo de "para-lelo" sirve como definición definitiva, porque hay que ser un poco gili para ir por ahí, sobre todo si la pintura azul pitufo que le han puesto al continuo y bárbaro sube-baja no es antideslizante, y no te puedes levantar para dar pedales si no quieres patinar de lo lindo.

Vamos, que entre lo duro que se me hacía subir, y el canguelo al bajar (porque encima había barro en los badenes, ya que el ingenieriete no había previsto que había ramblas que cuando caen 4 gotas sacan agua de los campos y embadurnan todo haciendo parecer aquello "el infierno del Norte" cuando estamos tan al sur), se me fueron la mayor parte de las fuerzas. Menos mal que cuando al fin cogimos una carretera en condiciones, alguien decidió que tampoco había ninguna alarma nuclear y llegamos hasta Torremendo sin demasiadas penurias.

En cambio, la vuelta, tras el almuerzo a las puertas de la gasolinera, ya sabía yo que iba a ser (como el resto de veces que he hecho esa ruta), un auténtico calvario para mi rala preparación. Menos mal que Stani me ofreció su rueda (si se la cogiera siempre que me la ofrece no tendría trastero para tener tanta rueda), y así, mal que bien, y sobre todo cuando la cosa tendía hacia abajo, pudimos dar caza a los que tenían prisa, que habían hecho una "R", un poco antes de llegar a Alquerías.

A la vuelta, aún me invitaron a dar unas vueltas por las inmediaciones del pantano de Santomera, para cubrir los ochenta kilómetros que tenían en el plan, pero Juanico (que tampoco iba para más fiestas) y este amigo del descanso, dijimos que ya habíamos tenido bastante con un pantano, y obviamos seguir sufriendo, aunque tampoco nos quitamos mucha pena, que el cuenta nos confesó al final que hicimos en torno a los 75.

La próxima que me inviten a ir por el camino azul, yo les cantaré los del camino verde, y me iré, si hace falta, por los cerros de Úbeda, que seguro que no están tan empinados, ni tienen tanto barro cuando llueve. De momento ahora, hasta nueva orden (o hasta el próximo año, ya veremos), me parece que voy a colgar los escarpines, por aquello de que los 2 próximos sábados (que es el día que vengo animándome a salir con esta peña que me dan tanta leña), son festividad del Señor. ¡Y yo no voy a ser menos -menos Señor, se entiende-!

domingo, 5 de diciembre de 2010

MENOS CLEMBUTEROL Y MÁS COLESTEROL. DE COMO SUBIR A BARQUEROS Y NO PERECER EN EL INTENTO.

No lo busquéis en la "wikilist". Es una propuesta casera, como el morcón de Lorca. Tal vez no se consiga una mejora espectacular en el rendimiento deportivo, pero puedo asegurar que la mejora en la satisfacción es notable. ¿No se trata de cuidarse? Unos escogen la vía saludable...
- ¡demasiado sacrificio para la poca gloria que hay para repartir! -me espeta mi subconsciente, apalancado en su nube de comodidad

... Yo me quedo con la otra vía: inyectarme en vena endorfinas saturadas de colesterol. El colesterol no tiene por qué proceder de grasas saturadas. También son las buenas vibraciones (gud vibreison -que hubieran dicho los bichboys-).

¿Qué tal si empiezo por el principio? Todas las paranoias tienen el suyo.

Ayer sábado 4 de diciembre, con un frío del que pela las orejas si no te las envuelves bien con una bufanda o una braga, me dispuse a salir a la aventura de dar pedales después de toda una semana sin haber pegado ni clavo en lo deportivo. Por delante ochenta kilómetros, aunque de incierta ruta y compañía, pues sólo sabía de antemano que iría en compañía del hijo del viento. Juan no pudo ser de la partida (¡siempre había querido meter este circunloquio tan habitual de las narraciones ciclistas!) por problemas de salud en el entorno familiar -confío en que puedan solventarse sin demasiada dilación-, pero allí estaban los Campillicos, además de Alejandro, ese triatleta de nueva generación que no conoce lo que es el frío y un par de amigos más de Santomera. Mayoría absoluta por tanto de santomeranos en el grupo de siete que formamos.

Alejandro, al que dedico con cariño esta entrada por 3 razones: porque no tiene aún blog, porque reconoció que era "el otro" que se atrevía a leer mi blog (aunque no concretó que tuviera el valor suficiente para llegar hasta el final de cada una de mis entradas) y porque confío en que cuando gane carreras se acuerde de que compartió ruta y rueda con globeros como yo, daba frío verlo vestidico con su maillot de un equipo gabacho y manguitos y perneras en lugar de un buen conjunto de invierno, que es lo a lo que invitaba el día.

Stani, en un gesto de apadrinamiento que demuestra el gran provecho que está sacando a sus denodados esfuerzos por dejar de ser un güertano que monta en bici, decidió que debíamos poner rumbo a Librilla para que Alejadnro, que tenía que hacer el test en la bici, contara con una recta para realizar el ensayo con unas mínimas garantías.

Allí todo el mundo guardaba sus cartas y afirmaba no estar demasiado bien, argumentando las más variopintas excusas, que no reproduciré pues el catálogo es amplio y de lo más surrealista, amén de fundamentalmente mentira. Casi parecía que iba a ser yo el que tendría que llevar la voz cantante, así que los puse a todos en fila de a uno... (jeje, esto es una licencia del autor en plan hipérbole que difícilmente podría darse, a no ser que pasásemos por un camino de medio metro de ancho y hubiera sido yo el primero en entrar).

Como iba diciendo, Stani se dedicó a adoctrinar a Alejandro, novato total en este tipo de mediciones. Lo único que faltó es que le pusiera el termómetro en la boca, y le diera un beso en la frente de buenas noches. ¡Stani! ¡pedazo de entrenador hay aquí para las futuras generaciones! ... ¡que bien se explica el zagal para ser de Monteagudo!

Fijaos si le quedaron claras las explicaciones a Alex, que en la recta después de Sangonera, por aquellas vías de servicio de Dios, puso la directa, llegando la prueba hasta los 42 km/h. ¡Y si no pudo conseguir más el bueno de Alex, como luego reconoció es porque la bici no corría más! ¡vaya crack el tío! ¡Menos mal que ya tiene encargaica la "Willem" -o como se ponga-, que es una burrica con diseño italiano de esas de carbono repujado! Ya veremos cuando deje su BH y se ponga a los mandos de ese torpedo si no rompe la barrera del sonido el zagaliquio.

Salvada la primera parte del test enfilamos hacia la Cola de Caballo, subida que a mi me gusta por la paz que se respira, aunque me deja baldaíco del tó, en donde debía hacer un par de repeticiones de 1 km. Como no podía ser de otra manera, Stani se paró para ilustrar a su pupilo con todo lujo de detalles. Los otros cinco nos tiramos para el monte, y como no podía ser de otra manera yo fui el primero en quedarme. La sorpresa fue que pasado el primer kilómetro me encontré descolgado a Antonio, uno de los santomeranos a los que no conocía y que había dado un petardazo del siete por haber empezado la subida a tope. Unas pocas de excusas por su parte después, me esperé con Stani a que Alejandró hiciera sus dos subidas.

El descanso me sirvió para tomar el "almuerzo" que llevaba en las alforjas, pero dado el frío reinante, también sirvió para que me enfriara y luego me costara volver a coger el ritmo hasta el cruce hacia Barqueros, que es donde se pararon a esperar los cuatro jinetes del Apocalipsis. Menos mal que Stani y Alejandro subieron a ritmo de globero hasta arriba, entre chistes malos de esos que parecían salidos de mi fábrica de chistes malos, que si no aún me están esperando arriba.

En Barqueros teóricamente terminaba la subida, pero resulta que la bajada de Barqueros hacia Alcantarilla es de las pocas bajadas en donde te encuentras unas subidas rompepiernas, con un firme en un estado bastante deplorable, lo que convierte el trazado en una trampa como le dé al personal por tirar, que es lo que pasó.

Con este escenario tenía todas las papeletas para pegar el gran reventón, pero ocurrió algo que no estaba preparado en el guión: fui el primero en tirarme para abajo. Los campillos no tardaron en pillarme y en dejarme. Hasta ahí nada extraño, pero por detrás tardaban en darme caza, y cuando lo hicieron o me fallaban las matemáticas o allí sorprendentemente faltaba uno... ¡pues si! estoy en lo cierto, me dicen que se ha quedado Antonio, ¡acojonante! Esto ha debido de ser otro cambio demoniaco de esos de personalidad y al pobre hombre le ha venido la pájara.

Yo, que sigo sin creérmelo, sólo pierdo diez escasos metros en el último repecho (ese que siempre se me ha atragantado cuando he pasado por allí), pero en la bajada se arma una zapatiesta que me corta un poco más, más que nada pensando en mis dientes. En cuanto bajan un poco el pistón consigo cazar y justo antes de entrar en Alcantarilla paramos a esperar al descolgado. Cuatro o cinco minutos después aparece y seguimos para terminar la jornada, no sin antes darnos un pequeño festival rodador hasta entrar en Murcia.

Después vendría, Stanti, tu felicitación velada y escrita, preguntando si el sorprendente golpe de pedal que parece que voy cogiendo se debe al clembuterol. Pero como ya te contesté en mi anterior entrada, creo que se debe a un atracón que me dí ayer de albóndigas del Ikea.

PD. Oye, pero no te creas que venían en una caja de esas donde vienen tan bien desmontados los muebles. Es que los suecos estos también tienen un mini super con productos suecos en la planta baja, pero tampoco te vayas a pensar que las cajeras son suecas de esas de las de Benidorm, ¡eh!