lunes, 7 de junio de 2010

Un globero "Olímpico" en LOS ALCAZARES o el de las caracolas

Seguro que alguna vez os habréis puesto al oído una caracola de mar, intentando escuchar el rumor de las olas... a mí el otro día, escuchando el crujir de sus primos los caracoles terrestres (véase mi entrada anterior), no os lo dije, pero se me antojó escuchar cantos de sirena. No me refiero a los míticos cantos de la sirena de mar, esos que sólo algún marino de toda la vida o algún pariente de Nemo habrá escuchado, sino a los de las sirenas de las ambulancias, cuando se llevan a toda prisa a algún descerebrado para que se harte del "aquarius" intravenoso de hospital.

Y es que ya lo venía yo barruntando en voz baja para mis adentros para que no me oyeran los de mi entorno y se pusieran pesados intentando hacerme abandonar antes siquiera de empezar con el "disfrute-penitencia":

-¡que un olímpico es mucho olímpico para un globero que se ha abandonado a los vicios propios a los que obliga el cuidado de un bebé! -me decía mi conciencia harta de tomar cervezas para ponerme sobreaviso-

Porque lo que está claro es que no es lo mismo practicar la natación en la piscina, que hacerlo amarrado a un quintico de cerveza con su buena tapa de ensaladilla enroscada a una rosquilla, por mucho que aquí en Murcia la llamemos "marinera". Yo calculaba que podría salir del agua después de 32 ó 33 minutos salpicando espuma, pero si hacer ese pedazo de "marcón" para recorrer 1500 metros no tiene el menor mérito, salir del agua en 36 minutos ya es para pensárselo.

Como creía haber visto adelantándome por encima del agua a la mayor parte de los gorros rositas de las chicas que habían salido después de la salida masculina, ver aún unas cuantas bicicletas colgadas en boxes me quitó el inicial mal sabor de boca (aunque esta vez no era figurado porque a la salida había un lodazal con unos olores...). Ingenuo de mí pensaba que, habiendo hecho sólo los 20 kilómetros del triatlón de Cartagena desde el palizón de Elche, mis piernas se acordarían remotamente de que era capaz de pedalear de seguido y acoplado -aprovechando que el recorrido era absolutamente llano-...

No tardé en darme cuenta de que aquella no iba a ser tampoco mi tarde. Y es que la ecuación no falla: globero sin entreno, pájara de pleno. En mi caso si le sumas que en las pruebas vespertinas, mis fuerzas me fulminan... pues la cosa quedaba clara: tocaba tarde de pasión, que para el caso eran 40 kilómetros en bici y luego 10 a pie de penitencia por el paseo entre Los Narejos y los Alcázares, oyendo rumores, pero no de caracolas, sino del público que me miraba con lástima. Yo creo que de haber ido estirando la mano pidiendo un euro para pararme a tomar un aquarius en los chiringuitos de la playa, tendría para irme de vacaciones bien lejos donde nadie me conozca y pudiera señalarme como el que arrastrando sus lorzas yendo de aquí para allá y de allá para aquí, como si le fueran a dar algún premio.

Pero no adelantemos acontecimientos. Me había quedado saliendo en la bici e intentando ponerme a un ritmillo decente, que no bajara de los 30 km/hora, sopena de incurrir en otra tarjeta amarilla por escaso régimen de revoluciones que acabara con mis intenciones de finalizar la prueba (no sé si existirá este delito en el triatlón, pero manda huevos que cuando llegara a mi bicicleta tuviera un papelillo escrito a mano con el alentador texto que sigue: "tarjeta amarilla por dejar la mochila").

Total, que adelanto a una de las chicas... bueno, parece que esto marcha... ¡joder, que viene un grupillo que me va a doblar! ¡esta es la mía! ¡ahora me pongo a rueda y a vivir como un líquen chupando del árbol!... ¡¡¡los cojones del mono Amedio!!!... precisamente los que me faltaron para poder aguantar a cola del grupo (que debía de ser de los de delante) y que rodaba por encima de los cuarenta y a base de tirones...

De haber llevado un metro podría haber medido con exactitud lo que aguanté, pero estimo que rondarían los cuatrocientos o quinientos metros. Como veréis, además de escaso conocimiento y mucho atrevimiento, no se me caen los anillos reconociendo mi manifiesta incapacidad de seguir una rueda, algo que me retrotrae a mis primeros duatlones, cuando tenía que pegarme a solas contra el viento. Pues si, esta etapa que yo creía superada volvió a presentarse con toda su crudeza la tarde del sábado; la moraleja no puede ser más evidente... si ya hasta Esopo lo sabía, ¿o acaso no le dijo el cuervo al zorro que pedaleaba:

"entrena, globero, entrena,
otro remedio no te queda
si quieres ir a rueda" ?

No sé si el esfuerzo de utilizar la rima para esconder mis trapicheos con el hombre del mazo servirán de algo o ya me habréis calado como me hizo el susodicho. A partir de ahora en lugar del tópico nombre del argot ciclista, a este momento tan desagradable en el que las fuerzas -si es que acaso las tenías- abandonan la nave de tu cuerpo, yo lo voy a llamar "el tío de las caracolas", sobre todo porque es difícil en tal tesitura seguir la línea recta.

¿He dicho ya que me quedé de rueda de un grupo? ¡pues toda la tarde fue como un "dejá-vu"!... grupo tras grupo (no me daba tiempo de contar el número de tris que los integraban, pero alguno superaba la treintena) me superaban, y me dejaban lastrado... me sentí como cola de cometa cósmico, zarandeado por las estelas de viento que sembraban los alocados competidores en sus veloces pasadas...

Para que no fuera un bucle sin fin, creo recordar que fue al comienzo de mi tercera vuelta (cuarta para la mayoría) cuando me adelantó otro grupo que iba cerrando mi compañero Antonio Guardiola, con su capricho italiano de dos ruedas. Ni que decir tiene -el señor de las caracolas es testigo- que lo intenté, que intenté pillar rueda, y que aguanté algunos segundos, pero tuve que refrenar los impulsos eléctricos de mi mente porque las piernas seguían a lo suyo, en plan verano azul. Así que me conformé con mirar como se me escapaban. Decidí volver a intentar acoplarme y coger ritmillo por mi cuenta, porque aquello había que acabarlo. Y cual fue mi sorpresa cuando veo que Antonio y el último tri que cerraba el grupo se quedan. Antonio empieza a mirar para atrás y a mí se me enciende una luz. Creí recobrar fuerzas... ¡no podía ser! ¡¿me estaba esperando?!...

- Pues oye, tendré que acercarme aunque sea a decirle que no pierda su valioso tiempo, que yo voy recogiendo los cachos que se me van cayendo...

Y comienzo a pedalear y a recortar los doscientos metros que me llevaban, y sorprendentemente los alcanzo... y no sólo eso, sino que poseído o abducido por un extraño fenómeno que me ha hecho recobrar fuerzas (deduzco que será la reserva que aún no había desprecintado), me pongo a tirar del triplete... ¡c2c! ¡que no se diga! ¡si hay que morir que sea con las botas puestas!. Creo que fueron los ¿cinco-diez? únicos minutos en los que disfruté sobre la bici... ¡por fin podré decir que he dado relevos a un compañero que me sacó en meta más de media hora! ¡y hasta dí de beber al sediento porque me pidió de beber y yo le presté uno de mis bidones, que para eso vestimos los mismos colores! Pero lo más apasionante no fue eso. Creí entender que me decía algo de una caída, y por el ruido que le iba haciendo el cambio deduje que se habría caído y que por eso se hallaba en éstas, y que por eso los relevos que me daba tampoco es que fueran demoledores... Pero lo más acojonante es que el tercero en discordia del minigrupo (y que según la clasificación final he podido ver que me sacó más de cuarenta minutos) no asomaba el morro, supongo que porque no quería despeinarse...

Total, que finalizando la tercera vuelta nos alcanza un grupo, y el referido "chupón" pega un salto y se pega como una lapa por delante (no sé si me miraría con malos ojos por haberlo llevado a tan escaso régimen de vueltas...), ¡ole!¡ole! ¡y ole!... no diré el pecador, pero sólo diré que tiene bastante más veteranía que un servidor, como pudo demostrar sobradamente aprovechándose del esfuerzo de un globero tan poco curtido y tan poco sobrado de fuerzas como yo. Sólo espero que le haya dado un poco de vergüenza al ver la clasificación y comprobar que estuvo chupando rueda a uno de los últimos...

A Antonio también le perdí el rastro. Supongo que recuperaría fuerzas y conseguiría integrarse también en el grupo que nos pasó... Yo bastante tuve con terminar. Y he de reconocer que la última vuelta entera la hice a rueda del bueno de Tomás, un veterano de Cehegín, con el que suelo coincidir (ya llegamos juntos en la bici en Cartagena), pero que luego a pie me da pastillas para el pelo. La cuarta vuelta le relevé lo que pude, pero en la última le pedí disculpas porque no podía más después de un último y nuevamente frustrado intento de coger rueda a otro grupo que nos pasó. Al menos creo que él tuvo claro que no estuve aprovechándome de su rueda para luego ganarle a pie, ya que terminó sacándome diez minutos.

Del último sector, por no extenderme más (que bastante martirio habrá sido ya para los incautos y desdichados que estábais ansiosos de conocer mis penurias de globero olímpico), o por simple vergüenza torera me váis a permitir que sólo os cuente los últimos 100 metros, que fueron los de correr más alegre, pues con anterioridad a la recompensa del paso por la línea de meta gocé del inmenso placer de ver a mis dos niñas, con la pertinente e inevitable parada-beso con que las agasajé. Mi pequeña era la primera vez que veía a su padre de esta guisa, y tengo la sensación de que le dió bastante igual... ¡cachis! no sé si podré hacer de ella una campeona olímpica; por mi parte tengo claro que lo único olímpico que voy a tener es el dolor de todo que me aqueja desde el sábado, y el insomnio de la noche, no sé si debido a que las agujetas estaban tomando posiciones (por suerte las pestañas se han librado esta vez de ese suplicio) o al energy-power-drink de los cojones que me tomé a la llegada, y que debía ser una bomba de cafeína o vete tú a saber qué mejunges mágicos... ¡lástima no haber llenado las cacharras con ese elixir antes de la carrera, porque lo mismo así habría bajado de las tres horas, jaja!

En fin, hasta aquí lo que se daba. Servidor va a poner rumbo al norte, y no como el año pasado cuando íbamos a sufrir a Zarauz (¿te acuerdas, Stani?... ¡vaya chuletón el que ponen en el Telesforo, eh!, pues aunque voy para las mismas latitudes inicialmente, vamos pertrechados de los aditamentos campistas, con nuestra casita rodante para hacer unas mini vacaciones, las primeras de nuestra nueva era familiar.
Cuando volvamos ya tendremos algún IM más en la "familia", y algún locatis que habrá repetido. Desde la distancia os mandaremos ánimos, porque fuerzas va a ser que no me quedan muchas.

PD: No tengo material gráfico. No sé si lamentarme o alegrarme...