sábado, 18 de agosto de 2007

1710

Podrían ser los dígitos de un año, en los albores del siglo xviii, pero no lo son. Podrían ser los euros que cuesta cada metro cuadrado construido en cualquiera de los florecientes “resorts” que están invadiendo nuestra geografía, cual si de plaga de mejillón cebra se tratara, pero no lo son... La realidad, como casi siempre, termina superando por goleada a la ficción: 1710 es la cifra acumulada de personas fallecidas en las carreteras españolas desde el pasado 1 de enero, según informaba machaconamente la DGT el pasado 15 de agosto en cada uno de los rótulos luminosos de autovías y autopistas por las que transitamos en nuestro retorno vacacional.

Una barbaridad. Se mire por donde se mire, que cada año pierdan la vida sobre el vil asfalto de nuestro país varios miles de seres humanos, destrozando otros tantos miles de familias, es una auténtica barbaridad tirando a burrada. Estoy convencido de que ni al guionista de la sangrienta saga de la matanza de Texas, en la más calenturienta de sus noches de inspiración, se le hubiera ocurrido jamás un argumento más terrorífico.

Y por mucho empeño que le pongan pariendo imaginativas e impactantes campañas publicitarias, no hay forma de acabar con esta tétrica sangría. Seguimos pisando el acelerador y las rayas continuas como si tal cosa, y cargando de líquidos altamente inflamables no sólo los depósitos de nuestros vehículos sino también los de nuestra anatomía, que seguimos creyendo inmortal.

Tampoco surte ningún efecto la amenaza de hipotecarnos hasta los tuétanos nuestro virginal saldo de puntos, ¿será porque pensamos que podremos recuperarlos en las urgencias de cualquier hospital cuando nos restañen esas buenas brechas que nos haríamos en caso de colisión por no llevar puesto el cinturón?

Por si no fuera poco el repertorio de tropelías que están a disposición de cualquier incívico e insolidario conductor, las nuevas tecnologías nos infligen un castigo mayor con móviles y navegadores-gepeeses entre otras inagotables fuentes de distracción. Ya se sabe que contra el pecado de pedir (que no se use el móvil conduciendo) está la virtud de no dar (no haciendo ni puñetero caso, que para eso somos libres y soberanos, ¡faltaría más!).

El contador sigue subiendo. Ya debe haber llegado al siglo xix. El hambriento ogro que es la carretera se sigue cobrando cada día su diezmo mortal. No hay forma de parar ese ritual de sacrificio humano. Ante esta hecatombe me parece inmoral que la autoridad competente haya calificado recientemente como “inaceptable” este chorreo de sangre que no cesa cuando supera un determinado número. Señores míos, siempre será inaceptable cualquier pérdida humana, porque no son números sino personas quienes fallecen.

Hay que ser muy descerebrado para no darse cuenta de que es estúpido jugarse la vida propia y la de los semejantes al volante. Como decía Gila con su característico humor satírico al referirse a una tía suya que se murió de una tontería, porque empezó estirándose un padrón y terminó pelándose entera, morir en la carretera, entre un amasijo de hierros, es también una forma ridícula de emigrar al otro barrio. Confío en que, allende la vida terrenal, no haya autopistas con curvas, ni motores turbo, ni gilipollas de cortas entendederas. Que aquí sobra de todo ello, oiga.

3 comentarios:

stani dijo...

Sí señor, me quito el sombrero, claro, conciso, directo, este es mí Xarli. Por cierto, más razón que un santo.... y esto no tiene solución, ah! mientras que la media no suba estamos tranquilo, es decir mientras que mueran menos de de 1700 sería un logro! mil setecientas familias destrozadas, que locura..... olé.

Andreseitor dijo...

Y porque no has comentado aquellas víctimas encima de la bici...

XARLI dijo...

Tienes razón Andriu, pero es que para Tráfico y, en general, para la sociedad, los usuarios de la bici somos una especie de residuo. Nada que ver con lo que pasa en Europa: en Bélgica y Holanda, que es por donde he estado este verano: las bicicletas son como una plaga. ¡Qué gusto da ver tanta bicicleta! (no digo ya el gusto que da también ver a tanta rubia junta para que no se me ofenda el hipotético público femenino que pueda acceder a esta humilde "ventana", ¿eh, Stani?)