domingo, 16 de marzo de 2008

LA VENTANA INDISCRETA




Las referencias cinematográficas, justo es reconocerlo, son un filón inagotable para darle molla a cualquier discurso preciosista o, lo que viene a ser lo mismo, para rellenarlo de esa especie de borra con la que tienden a inflar pretenciosamente sus peroratas los mercachifles, politiquillos pachangueros y oradores de palabra fácil y vacía.


He de reconocer asimismo, entonando melódicamente con mi voz de pollo gregoriano el mea culpa, que también yo me sirvo de todo un arsenal de rimbombancias lingüisticas y escorados giros semánticos, con el único afán de dar empaque y solera a mis pretendidos esbozos literarios, los cuales seguramente no pasen nunca de esa insolente pretensión, dado mi escaso poder de convocatoria.

Más volviendo al tema que hoy he tomado por excusa, decía aquello de las referencias al cine, pues ya quedaba claro en el título escogido: la ventana indiscreta. Seguro que a cualquier profano le suena la película. Y el más erudito reconocería de inmediato que fue una de tantas obras maestras de Alfred Hitchcock, el mago del suspense cuando aún el cine desconocía el tecnicolor y el cromatismo. Un inconfundible James Steward y una escultural Grace Kelly, futuro "cisne de Mónaco" y princesa en ciernes por aquellos entonces, protagonizaron una historia, basada en la historia real de un tal William Irish -¡gallifante y medio de premio para el que supiera de este escritor yanqui sin recurrir a la wikipedia que todo lo sabe!-, que se recluyó en una habitación de hotel durante once años con la única compañía de la botella, y que, además de alcohólico -como resultaba previsible- terminó tullido, en una silla de ruedas, al amputársele una pierna gangrenada.

Pasa como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia: cambian los tiempos, y aún las formas, pero no el fondo, porque seguimos anclados a creencias y actitudes tan ancestrales que no se nos despegan ni con agua hirviendo. La ventaja del hoy en día cibernético es que podemos saber de todo sin salir de casa. Y aún hasta sin saber de nada y, si me apuras, sin tan siquiera abrir uno de esos libros, donde siempre se ha dicho que estaba recluída la sabiduría. Mucha gente prefiere esperar que de una novela hagan la correspondiente secuela cinematográfica, y así evitarse la lectura del tórrido tostón de miles de letras que emborronan cientos de páginas. Por eso agradezco infinitamente el esfuerzo que cualquiera de vosotros hace por leerme (y aún por entender lo que digo).


Y lo mismo que siento una inmensa alegría al ver a ese niño, que acaba de aprender a leer, esforzándose por descrifrar lo que pone en una reivindicativa pintada callejera, en un panfleto publicitario o hasta en la portada de cualquier publicación rosa, paralelamente me da mucha pena ver como ese potencial de la mayor parte de las virginales criaturas, amarillea y se va diluyendo, al calor de una sociedad que no parece preocupada por vivir en un mundo feliz, al más puro estilo Huxley, aunque comprendo que bastante suele tener cada historia personal para subsistir más que para vivir.


¿Por qué se esfuerzan en enseñarnos a leer si después son denodados los esfuerzos para confundirnos con la globalidad e inducirnos al sueño de la razón? ¿tal vez para que firmemos el contrato y no podamos alegar desconocimiento aunque la vista no nos dé para la letra pequeña?
No es nuevo. Se ha hecho desde siempre. El pensamiento dirigido es el primer dogma del sectarismo, ya sea político, social o religioso: enseñarte a pensar como tienes que pensar. Te enseñan a leer para que puedas leer sus manifiestos. Así te sientes agradecido por haber aprendido, cuando en realidad lo único cierto es que estás siendo exprimido.


¿A alguien le suena la foto? ¿y quien encuentra relación con la primera? Es un ejemplo extraído de esa ventana indiscreta del título. Yo que siempre había pensado que los diseñadores modernos eran puramente una fábrica de hacer dinero, y me he topado de bruces con alguien que en el diseño de un objeto de lo más cotidiano ha volcado una feroz crítica. Es sólo un botón de muestra. Sin duda un buen botón, porque abrocha un corsé de los tantos que existen y que ahogan, de puro apretados. Si eres de los que usa licuadora tal vez no entiendas el dilema.


¿Ves? Otro potencial riesgo deshumanizador del progreso tecnológico: permitir que el limón o la naranja nos lo exprima una máquina de forma automática en lugar de ser nosotros quien le demos a la muñequilla. Que no se trata de afirmar, casi cual talibán, aquello de que el trabajo físico ennoblece (que más parece un vulgar síndrome de Estocolmo del Capital), pero si perdemos esa capacidad, lo mismo acabamos como Mr. Irish, el escribidor de cuentos, tullidos físicamente. Porque intelectualmente estoy convencido de que las neuronas se nos van suicidando sin que nos demos cuenta de tanto mirar por la ventana sin ver nada.

2 comentarios:

Jesús dijo...

Bueno espero, que siempre quede gente con gusto de escribir y leer. Gente que se alegra cuando conoce una palabra nueva.

Con interés y gusto por dar una forma al mensaje, un ritmo y un tamaño. Sin esos elementos, terminaremos usando el lenguaje de las máquinas y dejando al complemento visual toda la capacidad sensorial de un mensaje.

Pero dudo que lleguemos a ese punto.... siempre habrá gente.

XARLI dijo...

Jesús, ¡claro que va a haber siempre gente!... a mí lo que me preocupa es la capacidad que tendrá esa gente para evitar ser "exprimido" cual cítrico. Porque una cosa es la gente y otra el gentío.
¡Pero bueno, si llegara el día: tó'l mundo a bailar el robocó!