domingo, 7 de febrero de 2010

EL VUELO RASANTE DEL SALMÓN GÜERTANO

Entre que llega y no llega el momento de cruzar esa meta volante de la vida que es traer nueva vida a la vida, en esa especie de regresión hacia adelante, se me ha ocurrido la feliz idea de compararme con un salmón remontando un río.

De ríos no andamos muy sobrados por estas tierras del sur. Es más, lo mismo cualquier día, lo mismito que le quitaron los galones de planeta a Plutón, hacen desaparecer al Segura de la relación de grandes ríos patrios y de aquella sonora cantinela que recitábamos los de nuestra generación en la geografía de la depuesta EGB: Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Segura, Júcar y Ebro... Pero sería muy injusto, y hasta los patos que anidan en sus riberas (¡que no sé a la especie que pertenecen, aunque yo juraría que es a la de los ánades microbiónicos e inmortales!) se manifestarían si se pertrechara tal atentado contra la gloria de un río que llevara agua no llevará, pero que conoce historias para aburrir a grandes y pequeños.

En particular la última historia es la de una aventura sabatina (de ayer mismo para ser exactos) por su mota, por la de la margen izquierda (¡aúpa, que si esto fuera Vizcaya estaríamos hablando de ir desde Santurce a Bilbao, justico como la popular cancioncilla!), y precisamente luciendo la pantorrilla, a pesar del evidente y ancestral riesgo que supone lucir tal por las cercanías del Malecón, ese que otrora sirviera para evitar inundaciones en la capital del reino de Murcia y que ahora es conocido por ser algo así como la Chueca de Murcia.

Y es que por aquello de mantener a raya al bicho de los nervios, que cuando dice de picarte te deja el ansia en carne viva, preferí aceptar el reto planteado por el hijo del viento (cada día más estoy convencido de que también está emparentado con el espíritu de la golosina, tal cual se está quedando el payo de espirulín) para hacerme dos horas de motica, remontando en vuelo rasante, en paralelo al carril bici al que tan poco uso da aún el murciano.

En honor a la verdad -y también a la poca honra que merece el gesto- he de decir que me convenció arguyendo que también se dejarían caer el amigo Garban y su tribu de michelines, de forma que si no acertaba a seguir el ritmo a la cuadrilla de aironmanes y tíos de a hora y veinte la media, al menos podría engancharme al ritmillo que, con su experiencia, fijaría el que fuera angel custodio de mis dientes. Pero no fue así, y el tío del globo (*) no apareció -confío en que fuera por mera falta de ganas- y no tuve más remedio que tirar de casta y sufrir...

(*) ¡ojo, que con lo de "globo" no me refería al esogástrico que algún mal pensado podría pensar que lleva metido desde que se aberrunchó contra el rocaje vivo y vive al trantran como un marqués, sino a que habría sido al globo al que me hubiera agarrado para tirar de ritmo.

La verdad es que, con el mal recuerdo santapolero de hace dos semanas (desde entonces no había vuelto a calzarme mis bruks-fabricadoras de ampollas), no tenía ni pizca de ganas de acabar con los gemelos agarrotados y las plantas de los pies fritas a bambollas (como en las últimas medias), y mucho menos con la tiritona que me dejó como para que me enterraran en las salinas de Santa Pola igual que a una dorada a la sal, ¡¡¡pero ahí estaba yo!!!... entre máquinas, corriendo los primeros 10 kilómetros por debajo de mi ritmo en media (ellos, entre bostezos y animadas charlas, sólo iban preparando el pique de la vuelta), ¡y terminando los más de diez de la vuelta con un último kilómetro por debajo de cinco minutos!... ¡si, cinco, faif, senq, fuinf, chincue! ¡pijo, lo que va después del cuatro!... no es que me haya equivocado, ¡es que tal y como estaba antes de empezar, el final fue apoteósico! ¡y todos pudimos disfrutar contentos sin que servdior diera su acostumbrado espectáculo!

Yo no salía de mi asombro. El personal de emergencias que se dió cita comprobaba con asombro que había llegado entero, de una sola pieza, y sin evidentes síntomas de nada malo, que no fuera el cansancio propio de la jartá de kilómetros que había tenido a bien darme.



Creo que en el Consistorio ya están pensando poner un monumento o algo al comienzo del paseo ribereño para conmemorar la proeza de que termine una tirada de más de veinte kilómetros sin ningún altercado apreciable, y es posible que se prepare alguna romería para festejarlo (como en marzo no hay nada de particular interés humano -el día de San Valentín todos sabemos que es un invento del cortinglés- es posible que acabe convirtiéndose en un festejo célebre y de interés turístico intergaláctico -digo yo que a los ancestros extraterrícolas de los ánades del río los invitarán también-).


(y que nadie se olvide del personal sanitario, ¡por favor!)

¡Y esta es la historia de otro sábado en esta carrera nuestra que parece interminable hacia la adopción!... Sinceramente tenía el anhelo de que, al igual que Superman hacia retroceder el tiempo dando vueltas al globo terráqueo en dirección contraria a su rotación habitual para salvar a su amada Louise -por entonces creo que la muchacha no conocía aún a Telma-, con mi correr podría acelerar un poco el huso horario, pero he comprobado que lo único que se acelera es mi ritmo cardíaco, por lo que, en lo sucesivo, intentaré proceder con más calma. Y al igual que hacen los faquires y otros maestros de oriente, procuraré contrarrestar el aumento de mis pulsaciones conforme se va acercando el día...

No sé si el corazón de los salmones se acelerará tanto como el mío cuando remontan el río, pero yo tengo el pecho abollado desde dentro, y los dedos desollados de tanto escribir... ¡Stani, recuérdame que te regale un tarrico de colirio por tener la santa paciencia de leerme hasta el final, y ni se te ocurra ponerte malico pensando que hay enfermeras de ésas en los hospitales, que eso es una leyenda urbana, jaja!