viernes, 28 de septiembre de 2007

RECUERDOS EN SEPIA DE LA MURCIA EN LA QUE NACI

La Murcia en la que me soltaron a este mundo un mes de septiembre a principios de los setenta, poco tiene que ver con esta Murcia de ahora, europeizada, que ha dado un estirón inmobiliario, alimentada como esas nuevas generaciones de zagales y zagalas del petisuis, maquillada por esa especie de autoproclamada Academia de las Artes Murcianas en que se han convertido las sucesivas corporaciones locales acampadas en la Glorieta, intentando limpiar, fijar y dar esplendor con ridículas "Moneadas", eliminando antiguos y gloriosos vestigios por un mal entendido progreso o diseñando tendidos de tranvía que no van a ninguna parte (léase mi primera entrada, la de "higuerico", que así bautizó un servidor a ese amago de transporte público).

Menos mal que aún nos queda la catedral, con sus tesoros, su altiva y enhiesta torre, y ese pedazo de altar barroco de la reina de nuestra güerta, en su fachada Belluguina. Porque el Segura, otrora importante río , no tendría hoy cabida en la liga de las estrellas de los ríos hispanos. Igual que a Plutón le han arrancado los galones de planeta, desecado y tieso, cual rio amojamado, nuestro querido Segura, del que apenas quedan unas vergüenzas, se ha convertido en una especie de charca capitalina, ¡él, que tantas historias conoce de nuestra Murcia y su huerta!
Al pan, pan y al vino, vino. Que no quiere un padre menos a su hijo porque sea más feo que quitarle el bastón a un viejo. Es lo que tiene haber adquirido y puesto en uso la razón y el sentido común, en ocasiones tan inútiles como un paraguas en el desierto. Además, imagino que siempre se habrán cocido habas en la gestión municipal, pero es que los "michirones" de ahora se me indigestan, porque me toca comérmelos y como los hacía mi abuela, la probetica, y ahora mi madre, no los hace nadie.

He querido decir, por si no se me ha entendido con tanta alegoría y tanto barroquismo, que a pesar de todos los pesares, me gusta vivir donde vivo, sin aspavientos pueblerinos de que esto es jauja y que como aquí en ninguna parte. Y es que a la costumbre no hay quien le gane. ¿Comprendes ahora, Estanis, por qué soy tan barroco?... soy como la Murcia de mis amores, con sus iglesias y sus altares salzillescos, todos bruñidos de oro y en continua y ascética torsión hacia lo más alto de la celeste bóveda.

Pero no penséis que todos mis recuerdos son tan místicos. El día a día de toda mi vida se ha desarrollado en la frontera entre la huerta y la ciudad, desde la Arrixaca Vieja (ahora Hospital Morales Meseguer) donde nací, hasta el carril de la Parpallota, frente al bar de "el mariscal", hoy convertido en Patrimonio Mundial del ladrillo, que fue lo más lejos que viví en el Zaraiche más profundo. Creo que soy un poco de todo, y mucho de nada. ¿Huertano o animal de asfalto? Hoy ya todo se entremezcla. El album de fotos de mis recuerdos infantiles lo guardo, como diría el poeta, en un rincón del alma. Por eso me váis a disculpar que no pueda documentarlos gráficamente. Me sacaron pocas fotos de crío. Creo que solían aducir que era harto difícil sacarme todo el perolo y las orejas en el mismo plano.

Es curioso. Si nado a contracorriente intentando rescatar los felices momentos de mi infancia, mi memoria me lleva a un mes de septiembre cuando, vestido de domingo, con idéntica vestimenta que mi hermano mayor (por entonces el único), aguardábamos que mi padre nos llevara por la tarde a la feria, esa que siempre he conocido en el recinto de la "fica", al final de la avenida primero de mayo, la de "La Casera", y que hoy queda pegado al Auditorio y Centro de Congresos Victor Villegas. Como disfrutábamos todavía de ese tiempo veraniego, entremezclado con alguna "chaparrá", tan característicos de nuestra feria de septiembre y del veranillo del membrillo, andábamos recorriendo en bici las sendas que discurrían parejas a la acequia del tío Trinitario. Por entonces aún llevaba agua, y al no haberse hecho aún la "monda" de la "regaera" (además de para riego se usaba comunalmente como alcantarillado en ausencia del mismo, por la que cada vecino debía pagar una cuantía para su limpieza periódica), también estaba bien repletica de cieno, como tuve ocasión de comprobar con mi ropica de fiesta, al perder el control de mi primera BH (parece algo innato en mí esto de caerme de la bici). Tal vez fuera esta una premonición, que entonces no entendí, de que acabaría siendo triatleta (bici, natación y carrera a pie intentando escapar del ámbito de acción de la zapatilla armada de mi padre).

Reitero que resulta curioso. Tendemos a recordar los momentos felices. Y en cambio, aquel paseo ilusionado de domingo feriado, terminó en la bañera, "calentico" (y no por el calor ambiental precisamente, como ya he dejado manifiesto) y privado de feria, de coches de choque y de los reconfortantes escobazos de la malvada bruja que aterrorizaba a los zagales y zagalas que montaba en su tren (por cierto, he de reseñar que no recuerdo haberle podido quitar nunca su escobilla, ¿será por esta especie de trauma infantil por lo que me cuesta tanto hacer uso de la otra escobilla del baño?).

Los siguientes rebusques me llevan a los albores de mi expendiente escolar. Creo que fui un párvulo ejemplar. De hecho, como yo salía hora y media antes, por las dificultades que le suponía a mi madre acercarse dos veces a la escuela para recogernos a mi hermano y a mí, y por el peligro de tener que ir pegados a la gran azarbe que llevaba el agua hacia Monteagudo (tiempo después la taparon y así ha llegado a nuestros días, porque sigue estando donde mismo), don Ignacio (Dios lo tenga en su gloria, porque se la merecía toda), el más ínsigne profesor del colegio público de Belén, sito junto a la clínica de idéntico nombre, me acogía gustoso en la clase de mi hermano y me ponía como ejemplo, porque les debía pegar tres o cuatro patadas, en conocimiento -se entiende-, a los más torpecicos de segundo de la egebé.

De esta época escolar guardo recuerdos imborrables: el kiosco de la Emilia donde mi madre me racionaba la compra de alguna nubecica dulce, gominola o bolsa de gusanitos (no como ahora, que parece el alimento básico de los criaturos), los sobres sorpresa de "anca" Paco, el hombre de la "rogalicia" que se pasaba de vez en cuando por la puerta del colegio, los saltos a la reja (nada que ver con las tradiciones del Rocío) en la hora del recreo para ir a jugar al vecino bancal de membrilleros, los amigos de clase, que fuimos trepando uno a uno todos los peldaños de la enseñanza básica, hasta el octavo de antes, hoy convertido en un amariconado segundo de la eso, el marro, el churro-mediamanga-mangotero, las bolas, el guá y otra serie de juegos, bastante más asilvestrados que los de ahora, en demasía tecnológicos e idiotizantes.

Puestos a recordar, ¿cómo no acordarse de la aventura que suponía ir al centro de Murcia? Cuando en la tradicional asignatura de trabajos manuales (por entonces llamada eufemísticamente "pretecnología" para que pareciera algo más) comenzamos a pintar al óleo (todo gracias al empeño de don Ignacio, que tenía una mano que ya la hubiera querido Picasso en su época más comercial cuando se dedicó a pintar gilipolleces), debíamos ir a la única tienda en toda Murcia que vendía los lienzos y las pinturas. Estaba justo al final de Trapería, una vez pasado el casino. Para nosotros eran como expediciones al Himalaya o a la Selva de Tanzania. Los edificios de más de dos alturas del centro, con todos aquellos timbres juntos que era inevitable ponerse a tocar (¡hijoputa el niño!), se nos antojaba otro mundo, acostumbrados a retozar por los bancales, y a jugar al fútbol poniendo dos palos en el primer descampado que hubiera, aún a riesgo de romperse la tibia y el peroné por las irregularidades de la tierra.

Y si llegar más allá de la Redonda era como salir al extranjero, ¿qué decir de cruzar el río? He vuelto a tener la misma sensación hace poco cuando viajamos a Budapest. Es libre lo de reirse o no por la osadía de comparar el Segura y el Danubio, o Murcia y la capital de Hungría, pero insisto en que, para mí, lo mismo que Buda y Pest eran dos ciudades que se unieron con el tiempo, la Murcia-Murcia de la orilla izquierda del río, y el Carmen, al otro lado, eran también dos ciudades totalmente distintas (y he de decir que así las he considerado hasta no hace tanto tiempo). Igualmente el actual "gueto" de San Andrés y San Antolín (lo siento Paco, pero así lo veían mis infatiles cuatro ojos) eran otra especie de tierra santa. Yo creo que el respeto me venía porque ir a San Andrés significaba ir al ambulatorio, y eso marca tanto o más que el hierro a la res.

Ahora que lo pienso, son bastantes los "expedientes" que guarda mi archivo de vivencias y emociones. Creía yo que por haber vivido siempre en un radio de no más de doscientos metros (y eso que ya he pasado por cuatro casas), sería mi vida como una aburrida y previsible pelicula. Bueno, vale que tampoco da para escribir un libro, pero ¿a que si me pongo a darle a la tecla metiéndole algo de relleno retórico parece la cosa de más prestancia?

Pues nada, dejo a elección de vuestras libres entendederas el debate de si preferís que os siga ilustrando con mi visión de la Murcia de antes comparada con la de ahora o si me dedico a seguir dándole con la vara a cualquier temilla por ahí que vaya surgiendo.

4 comentarios:

aixiya dijo...

Pobre río Segura! Esta claro que los murcianos tenéis un grave problema con el agua! PD: "primeros años setenta", buena generación, yo del 71. También tuve un BH, una Bicicros BH.

Garbanzito dijo...

Primero decirte que si lo que recuerdas en la feria fue en la Fica es que eres un "crio". Después de que hicieran lo que se llamó ampulosamente "la autopista" que al principio no era más que una circunvalación que iba desde el Malecón hasta "La Renault", la feria pasó por Alfonso X, después por lo que ahora es el jardín de Centrofama, más conocido por "El de los perros" y por último por lo que ahora es la avd. Gutierrez Mellado.
Aparte que dar fe de que eres mu jovencico tu relato me ha gustado muchísimo, sigue en esa línea y verás como tu blog recibe multitud de visitas. Está muy bien escrito y refleja la Murcia que conocimos, algunos murcianos, que otros a pesar de vivir aquí se creía que estaban en Miami...
Un saludo y sigue en esa línea, me gusta muchísimo.

XARLI dijo...

Gorka: efectivamente los 70 dieron buenas "añadas", la del 70 en concreto, incluso mejor que la del 71 (je-je). Y con respecto al agua, creo que lo peor está por llegar. Vamos a tener que dejarnos de historias y empezar a quemarles la hierba a los jodidos campos de golf.
Profe Garban: como soy un tío que, a pesar de no depilarme, me emociono con facilidad, he de decirte que, como ya no me quedan agÜelos/elas, con esos ánimos que me das y que me llenan más que siete kilos de salchichas, te veo lo mismico que si lo fueras (hombre, no estás tan mayor, pero como eres capaz de remontarte tanto en el tiempo de nuestra Murcia, ¿quien nos dice que no llegaste a conocer al mismísimo rey Lobo? je-je). Estoy entre eso y verte como un profesor de una especie de Operación Triunfo de las Letras. Entonces, ¿paso la pasarela?
PD: yo también te quiero, Paco.

Jetlag-Man dijo...

Joder, seguid, seguid, aunque me estáis haciendo sentir como un guiri. Yo sólo conocía la universidad -mi abuela aún vive enfrente- y La Condomina -donde íbamos los domingos desde nuestro poblado (Repsol), en Cartagena. Para nosotros, Murcia era como Manhattan, sobre todo el restaurante en el que podías comer todo lo que quisieras, en el recientemente inaugurado Corte Inglés. Pura cultura (yo soy de La Quinta de Indurain, pero con otras cachas).