martes, 27 de mayo de 2008

El triatlón de los delfines

No. No se trata de un acontecimiento paranormal o extraordinario. Los delfines, de momento y si la creciente contaminación radioactiva del planeta lo permite, siguen siendo esos mamíferos tan simpáticos, que se adaptan a la vida en cautividad lo mismito que nos pasa a los seres humanos, obligados a ese cautiverio semanal, evolucionado de ancestrales prácticas feudales, de tener que acudir al trabajo cada día para tener algo que llevarse a la boca, además del dedo pulgar. ¡Para que luego hablen del síndrome de Estocolmo!

Los delfines, aunque tienen fama de viajeros, no son muy habituales del Mar Menor. Lo suyo es comer pescadito crudo, emitir agudos sonidos como la punta de un alfiler y dar vueltas y saltos en los delfinarios hasta aburrir al más pintado. En cambio, a nosotros, los primos terrícolas del "delphinus delphis" (¡hay que ver lo que me gusta a mí esto de los nombres científicos!), si que nos gusta nuestra gran laguna requetesalada, la misma que según auguran los del pipí verde (grin-pís) será devorada por el Mare Nostrum en cuanto le dé a los casquetes polares por derretirse un poco más.

¡Qué gozada el Mar Menor aunque no haya delfines!... Con sus medusas, sus famosas y míticas Doradas, la no menos escurridiza y cara gamba roja marmenorense y, por supuesto, los animales más característicos de la época estival, a saber: el cangrejo rojo toallero y el inevitable hipopótamo jubilado, al que es fácil ver en manadas mientras se pega baños de dos horas, que salen con la piel tan blandita y arrugada que parecen recién paridos por la mismísima parienta de Poseidón.

Por empezar con la cosa deportiva, he de reconocer que la metáfora de los delfines no fue fruto de mi inquieta imaginación, sino que, comenzando por el final, es justo precisar que brotó de los labios de la moza que se llevó el gato al agua... ¡vamos, Mabel Gallardo, que fue la zagala que ganó en féminas! ¡que con tanto animal dentro y fuera del agua va a parecer esto un episodio bíblico más que la narración de la penúltima aventura triatlética en tierras wertanas! Y es que cuando me crucé con ella a la llegada, tuvo un recuerdo muy especial para lo vivido en el primer sector. Me decía haberse sentido como un delfín, ya que lo de andar por encima de las aguas se hacía mucho más cansado. Yo coincidí con ella (en la opinión, porque en la carrera me sacó sus minutejos de rigor), pues curiosamente también pude iniciarme en el arte, complementario a la natación, de saltar y saltar. ¡Sólo hubiera faltado que alguien me hubiera dado un par de pescaditos a la boca cuando salí corriendo del agua!

Retomemos ahora la historia desde su inicio. El pasado sábado 24, la manada de triatletas aguardaba en la orilla a que dieran la salida del II Triatlón de San Pedro del Pinatar, pelaícos de frío algunos especímenes que se habían aventurado a disfrutar de la salinidad y agradable temperatura del caldo, pero que con la brisa a pie de playa hacía acordarse del neopreno o de quien fuera el responsable del retraso acumulado en la salida.

Dentro de la manada los típicos grupos de conocidos, compañeros e incluso amigos. Las fotos "gritás", y servidor en la sección reservada al club de amigos de la cebada, reconocible a la legua por las prominentes barrigas, que se pueden disimular mientras se inspira y se aguanta la respiración, pero que es imposible camuflar al soltar la bocanada, y perder el control del músculo abdominal para continuar con el rito respiratorio, sin el cual seríamos pasto de los gusanos, terrestres o marinos.

La verdad es que me sentía muy a gusto. Creo que, por entonces, ya sabía que iba a hacer algo sonado. Había estado entrenando en la sombra (bonito eufemismo para decir con bonitas palabras que llevaba ya unos días sin pegarle un palo al agua... salvo el día en que me arrimé al borde de la piscina del campus para familiarizarme con el medio líquido).

Cuando se inició la carrera y empezamos a correr, con el agradable rumor de la espuma al entrar toda la peña al galope en el agua, y conforme nos adentrábamos más y más sin que nos cubriera, tuve por un momento la sensación de no saber si estábamos entrando o saliendo, en plan desembarco. Veía la cabeza de carrera a apenas una decena de metros por delante. Algunos ya se habían aventurado a nadar. Otros a chapotear. Pero el riesgo de colisión era tan grande que yo optaba por seguir galopando.

Llegar a la primera boya fue una cosa inaudita, así como el colapso que había al rodearla. Creo que no hay tantos empujones y codazos ni el metro en hora punta. La natación había comenzado. Sólo había que poner rumbo a la segunda boya. ¡Y procurar no desviarse demasiado! Porque con lo que soplaba y el movimiento rítmico de las olas, que te obligaba a catar la salinidad de su agua en cuanto abrías la boca para respirar (yo la verdad es que no tragué mucho hachedosó con ración extra de sal), lo más fácil era derivar unos cuantos grados a estribor.

Evidentemente, oponerse a las leyes de la física es harto difícil, y la estela de nadadores al completo, entre los que me incluyo, hicimos la curva de marras, para terminar rectificando el rumbo en las cercanías de la segunda boya. Una vez superada ésta, tan sólo quedaba enfilar hacia la playa, pero nuevamente cabía la posibilidad de ser arrastrado por la deriva, esta vez a babor, por la cosa de que entonces recibíamos el empuje marino por la derecha. ¡Pues bien!... aquí creo que estuvo la clave de mi exitosa natación, ya que acabé saliendo del agua con gente de nivel muy superior al mío: inicié el regreso a la arena teniendo en cuenta los cálculos que había hecho antes de empezar. Tal es así que estuve a punto de darme de morros con uno de los nadadores que aún no había completado el segundo viraje, ¡lo prometo por los filamentos urticantes de las medusas!...

En resumidas cuentas, que entre ese ahorro de metros y de esfuerzo, y el postrero empleo de la técnica delfinatoria para avanzar a saltos, mientras otros sobrecargaban sus piernas intentando correr con el agua hasta la cintura, salí justo detrás de uno de los compañeros que el pasado año se metieron la pechada de Roth. Camino de boxes, sintiéndome una estrella cinematográfica, adelanté a más de uno por la alfombra roja (que allí era negra), en previsión de lo que, seguramente, me dejaría en la transición, porque yo no sé lo que hago, pero poniéndome el casco y las zapas soy como un caracol triatleta.

En efecto, así fue: al coger la bici pillé grupo, pero por poco se me escapó el vagón anterior que, como imaginaba, fue algo más rápido en las cuatro vueltas al circuito. Entre los compañeros que me deparó el sorteo me encontré con Roque (Trioráculo), que fue de lo que más tiraron. Yo reconozco que al principio me reservé un poco, pasando palabra cuando me tocaba asomar el morro por la cabeza del grupo (sobre todo en la vuelta con el viento de cara), pero luego no escatimé esfuerzos, en vista de que hubo más de uno que prefería reservarse para el postre de la carrera a pie.

Y hablando del postre, a mí se me empezó a hacer agua la boca pensando en la guinda que podía ponerle al pastel. ¡Quedar por delante de un pedazo de hombre de hierro! Podía ser el día! Así que, a pesar de que siempre desinflándome a pie, mi calculadora mental de tiempos echaba humo, mientras la otra, la de correr, hacía todo lo que podía, para que no me pillara el amigo Paco. De no haber apretado el culo en el último kilómetro seguro que me hubiera dado caza, pero abrí la reserva y entré a escape.

El que si me pasó fue Felipe, que también iba a todo tren (aunque en bici nunca se agarra). Pero la gesta estaba hecha, ¡un estrai de Urbanes nada menos!... ¡lo mismo nunca consigo en el triatlón algo de más tronío así que aún estoy disfrutándolo! Pero sin chufla. Que uno es un caballero. Y también ha sido mi mejor clasificación absoluta, pues nunca había dejado a tanta gente por detrás.

Quien si lo está haciendo de vicio es Stani. Desde aquí mi reconocimiento, aunque también he de reconocer que, conforme crece triatléticamente, le van menguando esas aptitudes para el levantamiento de quinto, que se le ve más reservaíco al zagal con esto de la aventura vascuence. ¡Venga, que tampoco es para tanto!... Y es que ya empieza a tomar forma en mi mente una aventurilla así de media distancia. Lo mismo la próxima temporada, ¡ya veremos!. Y si se anima Juan, pues estupendo, porque lo suyo también es reseñable, que el tío allí donde se estrena me deja en mantillas como quien no quiere la cosa.

Para terminar, a los que no estuvísteis: ¡no os lo perdáis el próximo año!... y a los que se han desconectado un poco del mundillo, que no se lo piensen tanto, y dejen de darle vueltas a lo del drafting ilegal, el chupeteo de rueda poco colaborativo o cualesquiera otras pajas mentales, ¡aquí hay sitio para todos! Que cada uno haga lo que le venga en gana, que esto es un reto personal, y como tal lo que están por encima son las personas.

¡¡A mí es lo que más me atrae, os lo digo en serio!! Eso, y sentirme un delfín.

3 comentarios:

stani dijo...

Delfín que bien te lo pasáste el sábado verdad? jejje, todavía me duelen los empastes, jaja..pues nada que ahora pensando en Cartagena...

Andreseitor dijo...

Por alusiones: ¡hay que buscarse alguna excusa para justificar que no se entrena lo suficiente!.

Jetlag-Man dijo...

... ¡es que un triatlón que dura menos que su crónica no es tri, ni es ná! (bueno, es broma, es demasiado estress para mí). Yo prefiero pensar que la media hora que pierdo en el agua, la voy a recuperar en la bici; y que las dos horas que pierdo en la bici, las voy a recuperar en la maratón; y como después se acaba, pues todos contentos y sin estress.